A mí me enamoró del atletismo la película que se hizo después de los Juegos Olímpicos de Melbourne (hay que recordar que no había todavía televisión en España y que las únicas imágenes de atletismo que se podían ver eran las que muy de vez en cuando se colaban en los NoDos de la época) y que en español se llamó “Cita en Melbourne”. La vi, y la fui a ver varias veces, en el cine Coliseum –de eso me acuerdo muy bien- y debí verla en 1958, con apenas nueve años. Las hazañas de Mimoun, Oerter y el pastor Richards y la derrota de Zatopek en su último maratón se me quedaron grabadas para siempre, y fue entonces cuando decidí que el atletismo iba a ser mi deporte. Y ya llevo 55 o 56 años de fidelidad absoluta. Al hacerme devoto seguidor del atletismo empecé a buscar en los periódicos todas las noticias que salían de ese deporte que, a pesar de que siempre ha sido reconocido como el “deporte rey”, no eran muchas. Empecé a saberme los nombres y las marcas de los atletas más importantes de España y del mundo y empecé a interesarme con pasión de todo lo que rodeaba al atletismo.
Con pasión y con ilusión viví la decepcionante participación de los españoles en la Olimpiada de Roma con un Areta de sólo 18 años y los tres nulos en disco del gran Miguel de la Quadra-Salcedo.
Y con muy pocos años empecé a ir a la sede de la RFEA, que estaba entonces en Ferraz, a pedir los humildes folletos de la incipiente Escuela Nacional de Entrenadores que dirigía Gian Battista Mova, un elegante entrenador italiano, que supongo que tendría un origen incierto pero que hizo mucho por formar buenos entrenadores en España.
Por eso, porque ya seguía con la pasión que sólo se tiene cuando se es muy muy joven, sé de primera mano que el atletismo de entonces era un atletismo muy pobre, muy humilde de medios pero pletórico –como nunca lo ha vuelto a estar- de ilusión y de afán de mejorar. Las nuevas generaciones tienen que saber que Madrid, la capital de España, en 1960 ni siquiera tenía una pista de 400 metros, y todo el atletismo se hacía en la entrañable, pero claramente insuficiente, pista de 301 metros de la Universitaria, donde correr pruebas de 400 m. vallas, por ejemplo, exigía un habilidoso esfuerzo a los empelados para cambiar las vallas de sitio en la recta de meta que los atletas tenían que recorrer dos veces. Hasta 1962 no se inauguraron las pistas de Vallehermoso y la más lejana del Parque Sindical, por supuesto, de ceniza.
Y en 1963 el entonces Delegado de Educación Física y Deportes, que era el responsable máximo del deporte español, José Antonio Elola-Olaso, tuvo la idea de nombrar –entonces era impensable que se eligiera a nadie en España para nada- a Rafa Cavero como Presidente de la RFEA. (A la dictadura de Franco, desde que murió en la cama en 1975, le salen cada día más opositores, hasta el punto de que la nómina de los antifranquistas retrospectivos es hoy tan inmensa que parece increíble la comodidad con que Franco gobernó tantos años. Sin negar para nada el carácter dictatorial del régimen, hoy hay que reconocer que hubo en él personas que trabajaron con total generosidad y con ánimo decidido de mejorar las cosas, y una de esas personas fue, sin duda, José Antonio Elola. Todo el que estudie en serio la historia del deporte español de los últimos sesenta años sabe que Elola ha sido uno de los dirigentes que más ayudó a su fomento y a su desarrollo. Y con unos medios y unos presupuestos absolutamente ridículos).
Rafa Cavero tenía entonces 33 años; había sido atleta en su colegio, el Pilar de Madrid (entonces, al revés que ahora, había atletismo escolar); se había entusiasmado con el atletismo y se había hecho entrenador, sobre todo de corredores; en 1956, con atletas que provenían de los colegios madrileños fundó el Canguro, que aún perdura; había entrado a colaborar en la Federación, donde creo que le habían hecho algo así como Secretario Técnico; y aceptó el nombramiento de Elola para volcarse a trabajar por el atletismo español.
Que fue lo que hizo durante doce años en los que dio la vuelta como un calcetín a nuestro deporte. Rafa Cavero tenía la suerte de ser rico, y no dudó ni un momento en ser también una especie de mecenas del atletismo y de los atletas españoles. Aunque su generosidad a veces excitara la envidia de los rencorosos y envidiosos que siempre existen.
Ayudó y apoyó a los entrenadores que hasta entonces llevaban una vida más que heroica: José Luis Torres, José Manuel Ballesteros, Bernardino Lombao, Carlos Álvarez del Villar, Julio Bravo Ducal, Gregorio Rojo, y algunos más que se me pueden olvidar y que eran los que, en muchos casos “gratis et amore”, sacaban adelante a nuestros atletas, pueden dar crédito a lo que digo.
Ayudó y apoyó humana y deportivamente a los atletas y fue uno de los artífices de la primera gran generación de atletas españoles que empezaron a conseguir reconocimiento internacional. Los Ignacio Sola, Pipe Areta, Luis María Garriga, Rafa Blanquer, Arizmendi, Haro, Alberto Esteban, Jorge González Amo y muchos más también saben que, gracias al empuje, a la dedicación y al amor al atletismo de Rafa Cavero, ellos tuvieron unas oportunidades que hasta entonces los atletas españoles no había tenido. Cavero fomentó la celebración de estupendos mítines al aire libre y en pista cubierta (gracias a él, tuvimos en 1968 la oportunidad de ser la sede de los Juegos Europeos –el antecedente de los Campeonatos de Europa- de Pista Cubierta en el Palacio de Madrid –cuando el Palacio era verdaderamente de Deportes-); consiguió miles de invitaciones para que nuestros atletas salieran a competir a los grandes mítines europeos; fue el artífice de la modernización de nuestro material deportivo, desde ser el comprador de las primera pértigas de fibra de vidrio que llegaron a España hasta luchar con los escuálidos presupuestos que entonces había para el deporte para conseguir las primera pistas de tartán; y consiguió que en España se dejara de hablar del atletismo como de un deporte de cuatro locos que corren en calzoncillos.
Cuando dejó la Federación en 1975 en manos de su amigo de siempre y compañero en todas sus aventuras deportivas, Juan Manuel de Hoz, el atletismo español era algo radicalmente distinto y mucho mejor que el que había empezado a dirigir doce años antes. Y estaba ya en la pista de despegue para ser lo que ha sido después.
Aunque hay algo que el atletismo de hoy no podrá recuperar nunca, el sabor emocionante del amateurismo total, un amateurismo que ya no existe pero que no podemos dejar de mirar con nostalgia y con admiración. Y de esa concepción generosa y amateur del deporte y de nuestro deporte, Rafa Cavero ha sido, sin duda, el mejor ejemplo.
Regino García Badell-Arias
Atleta Veterano del Canguro AAC
Regino García Badell-Arias
Atleta Veterano del Canguro AAC
Excelente articulo. Enhorabuena Regino.
ResponderEliminarPedro Duarte